

Luisa Peña Herrero
Ruth Prada: «En Las modernas descubres con el asombro de una recién llegada a Madrid el revolucionario mundo de los años 20»
Tarde de primavera recién estrenada, aire tibio, una cafetería del centro de Madrid llena de conversaciones que vienen y van. Meto la mano en el bolso para coger Las modernas, una historia sobre las primeras universitarias en España. El libro lo descubrí por casualidad, se apareció ante mí en el momento más oportuno. Fue hace un año, concretamente, mientras me documentaba para darle vida a mi novela. Su protagonista y la mía coinciden en Madrid, en los años 20, ¿acaso no era una sincronía? De la ilusión lo devoré en menos de una semana, ¡cómo no hacerlo!
Abro la solapa y miro, por enésima vez, la foto de la autora: Ruth Prada. Es periodista y se ha estrenado como escritora a lo grande, con el respaldo de Plaza & Janés. Suelto aire por la boca para destensarme, seguro que la reconoceré en cuanto aparezca.
La distingo a lo lejos sonriente, luminosa. Me abraza al saludarme, y en vez de hablar de ella me pregunta por mí y mis proyectos literarios. Pero eso es tema aparte, porque yo estoy ansiosa por hablar sobre Catalina, la Residencia de Señoritas de María de Maeztu y las primeras mujeres universitarias.
Ruth y yo nos pedimos un café y charlamos sin parar desde el principio, con la confianza que florece y se expande cuando compartes un amor profundo: por la literatura, la escritura, la época, el contar historias.

La semilla de Las modernas, ¿de dónde nace?
Las modernas surgió cuando descubrí que existía un grupo femenino de la Residencia de Estudiantes. Cuanto más iba profundizando más extraordinaria y más desconocida me parecía la historia de ese lugar. Muy poca gente sabe todo lo que ocurrió allí.
Para documentarme miré mucha hemeroteca, encontré el archivo de María de Maeztu con todas las cartas que se escribía con las alumnas, con los padres, con los intelectuales que pasaban por el centro… También leí biografías de alumnas, y cuando tuve el contexto y la idea de cómo era la psicología de los personajes, Catalina, la protagonista, me salió sola.
Es del Bierzo, de una familia de boticarios, igual que yo. Fue fácil construir el personaje, aunque no tiene nada que ver conmigo.
En la novela vemos a través de sus ojos, descubrimos con su asombro de recién llegada ese mundo de los años 20 en la Residencia de María de Maeztu, donde las primeras universitarias tenían costumbres totalmente avanzadas y revolucionarias.
¿Te acabaste transformando en Catalina?
Sí, yo la iba siguiendo y decía: ¿Pero qué le está pasando?, ¿con quién se encuentra ahora? Me dejaba llevar por el personaje.
En la novela descubrimos el contraste de dos zonas de Madrid totalmente diferentes.
Claro. Al empezar a escribir me centré mucho en las primeras chicas que iban a la Universidad en España, porque antes no estaba permitido, hubo una ley en 1910 que lo permitió, antes eran muy pocas las que lo conseguían.
Pero me faltaba una parte de la sociedad muy importante, no podía contar solo ese lado. También había un Madrid que no era ese para nada. Las diferencias de clase eran abismales en ese momento, y también quise mostrar esa parte.
¿Cómo conseguiste hacer tan reales las clases de la Universidad? Da la sensación de ser una alumna más.
Me documenté mucho. Estuve mirando el programa de Farmacia, cómo eran las asignaturas, los profesores que estaban en ese momento… Los personajes de profesorado y alumnado son ficticios, aunque dentro de la Residencia sí hay reales.
Está Delhy Tejero…
Sí, Delhy Tejero, Josefina Carabias, algún secundario como María Luz Morales que aparece por ahí dando una conferencia… Y Lorca, porque yo soy muy fan. Siempre lo amé muchísimo y a mi padre también le encantaba, teníamos las obras completas y me las leí muy joven. Creo que precisamente por él empecé a investigar. Yo sabía que él había vivido en la Residencia de Estudiantes y me encantaba pensar en ese lugar en el que convivían él, Buñuel, Dalí…
Me hubiera encantado estar allí.
Y a mí. Cuando iba al instituto pensaba que si pudiera viajar en el tiempo, me iría a la Residencia de Estudiantes. ¡Imagínate cuando me enteré de que había una de un grupo femenino!
Por supuesto, Lorca tenía que aparecer en mi novela, y como realmente él dio alguna conferencia en la Residencia, ese capítulo lo pude construir en base a la realidad.

¿Y cómo hiciste para darle voz a personajes reales como María de Maeztu?
El personaje de María de Maeztu lo tenía muy claro porque había leído muchas cartas escritas por ella. A través de sus palabras me di cuenta de sus muchos matices: era una persona decidida, listísima, tenía una salud muy delicada pero lo ocultaba porque no quería que la retiraran de su trabajo en la Residencia…
Se ve que las alumnas le tenían mucho respeto.
¡La llamaban la Brava! Le tenían mucho respeto porque las protegía y las trataba como una madre, pero como alguna la engañara con los aprobados o hiciera algo que no le gustara, la mandaba para su casa. Era cariñosa pero estricta.
La primera vez que Catalina la ve en el salón de té es como una aparición, casi como un cuadro de una Virgen rodeada de ángeles. Todas las alumnas sienten devoción hacia ella, pero las amigas le advierten: Mucho cuidado, porque a la mínima que te pases un poco no se anda con tonterías.
¿Y cómo te sentiste al darles vida a esas primeras universitarias que calificaban como chicazos? Muchas abandonaban su sueño de estudiar al casarse.
Se siente mucha impotencia, pero es que era así. En ese momento histórico las mujeres no iban a la Universidad. Se consideraba que el único objetivo en la vida de una mujer era casarse y cuidar a su marido y a sus hijos. No estaba bien visto que salieran de su casa solas.
Estaban convencidos de que al leer muchos libros se masculinizaban. Decían que se quedaban flacas como un sarmiento o que iban a usar gafas…
Encontré en la hemeroteca la crónica de un periodista en los años 20 que cubrió un congreso de mujeres universitarias de todo el mundo que se celebró en España. Hablaba de ellas asombrado: «Las hay muy guapas, no llevan gafas…».
Y la madre y la hermana de Catalina son las primeras que piensan así…
Son mujeres muy tradicionales, pero no era extraño en aquel momento. Era lo normal.
Ellas creían que le estaban haciendo un favor a Catalina. Pensaban que Catalina tenía un capricho por estudiar y que se estaba perdiendo. Temían que se quedara solterona y eso era la vergüenza más grande que había.
Las que estuvieron en la Residencia eran chicas decididas que tenían unas ganas enormes de estudiar. Por eso destacaron muchas.
Entre las alumnas vemos todo tipo de personalidades: el torbellino de Esme, la disciplina de Manuela, Juana, tan atrevida, que se va al extranjero…
Juana está basada en un personaje real. Fue una alumna de la Residencia que consiguió una beca para irse a EEUU. En sus cartas cuenta que allí había ardillas como gatos, que tenían una forma muy peculiar de limpiar…
También leí testimonios de chicas que se casaban y dejaban la carrera. Una de ellas que se llamaba Dorotea Barnés, doctora en física, declaró: «A mí me sacó de la ciencia mi marido».
Porque luego llegó la dictadura en España y volvieron todas las costumbres. Perdieron todo por lo que habían luchado, menos la ocupación de las aulas. Estas jóvenes abrieron el camino y las que vinieron detrás dijeron que no se iban a quedar en casa.
Qué importante es leer sobre esta época, porque se desconoce por completo. Te doy las gracias por escribir una novela así.
Se desconoce y parece que los derechos los tenemos porque sí. Costó mucho conseguirlos y es muy fácil perderlos.
Y no podemos olvidar otra parte importante de la historia: el amor y la amistad con los hombres.
Sin destripar el final diré que mi intención era hacer un juego. Catalina, con esa idealización del amor romántico, cuando es una cría y vive en su casa cree que un hombre le hará tener la vida cosmopolita que desea.
Entonces llega a Madrid y conoce a Álvaro, quien podría ser su ideal: guapísimo, con una carrera, está muy bien posicionado y loco por ella. Pero, conforme vas leyendo, lo que quieres es que no esté con él.
Mi intención era que se viera también la presión que envolvía a las mujeres entonces. Tenían que obedecer al padre, al marido. No había libertad para tomar decisiones. No quería hacer una historia sobre una heroína que se pone el mundo por montera y que tiene clarísimo lo que quiere desde el principio porque, en realidad, la mayoría no somos así.

¿Y Ruth escritora, cómo es?
De pequeña era la típica que se presentaba a los concursos del colegio, fui siempre muy lectora, me encantaba leer.
Soy periodista, y la vida me llevó por unos derroteros en los que tampoco escribía nada. Estuve once años trabajando en televisión. Siempre tenía mis ganas de escribir y con esta historia me dije: «La tengo que escribir como sea».
Justo cuando empecé llegó el confinamiento y me fui al Bierzo, me encerré en mi casa, en el desván, y debajo de una claraboya puse una mesa y ahí horas y horas y horas.
Como escritora soy brújula. Con esta novela hice un trabajo de investigación muy exhaustivo y cuando ya tenía todo el contexto social e histórico me senté a escribir.
¿Y tenías clara la estructura?
Sabía que esta chica iba a llegar a Madrid, iba a tener unas amigas en la Residencia, iba a conocer a otras personas de fuera… Después me puse a escribir y mi cabeza hizo clic. Te sientes como una medium, son los personajes los que hablan a través de ti.
Luego está el proceso de reescritura. Escritura y reescritura. Yo me dejo llevar. Luego ya volveré atrás si hay que rehacer, pero me gusta sentirme libre, dejar que fluya.
¿Quiénes son tus referentes en literatura?
Según voy leyendo tengo nuevos favoritos. Hay dos a los que vuelvo muy a menudo: Dorothy Parker y Salinger.
Este verano leí mucho a autoras de relatos americanas: Eudora Welty, Flannery O’Connor… También me gusta Annie Ernaux, con ese tipo de literatura tan personal y femenino.
¿Y hay próxima novela a la vista?
Sí, estoy en proceso de escritura. Llevo un tiempo trabajando en una nueva obra que es mucho más íntima y personal, y se aleja de esta en cuanto a género y época histórica. Cuando esté más avanzada hablaré sobre ella.
Aquí tendrás a una lectora, por supuesto.
Y así termina nuestro viaje en el tiempo. En este rato me he imaginado que estábamos allí, en el salón de té de la Residencia, entre notas de piano y estudiantes valientes.
Espero compartir otro café con Ruth en cuanto lance la segunda novela.
Las modernas

1928. Catalina viaja a Madrid contra la voluntad de su madre para estudiar Farmacia y se instala en la Residencia de Señoritas. Su ilusión, su pasión y sus ganas de aprender pronto la llevarán a hacer nuevas amigas, a verse envuelta en los conflictos políticos de la época y a entrar en contacto con iconos feministas como Elena Fortún y María de Maeztu.
Su viaje de adolescente ingenua a mujer con deseos propios se verá marcado por un triángulo sentimental con dos jóvenes que representan mundos opuestos y, sobre todo, por las dudas entre el matrimonio y su vocación profesional. Porque, en esa época, una mujer sí debía elegir. ¿Conseguirá Catalina hacer realidad su mayor deseo?